La saga digital regresa con una entrega ambiciosa y sincera que combina espectáculo visual, emoción y una potente banda sonora de Nine Inch Nails.
Durante más de una década, ‘Tron: Ares’ fue poco más que un rumor digital: una promesa perdida entre guiones reescritos, cancelaciones y la duda de si aún había público para este universo. Y, contra todo pronóstico, la tercera entrega llega no solo viva, sino con energía, ambición y una nueva claridad sobre su propio legado.
Si ‘Tron’ (1982) fue una revolución estética y ‘Tron: Legacy’ (2010) una sinfonía visual atrapada en su propio artificio, ‘Ares’ logra lo que sus antecesoras apenas rozaron: equilibrio. Bajo la dirección de Joachim Rønning (Maleficent: Mistress of Evil, Young Woman and the Sea), la película actualiza el mundo digital sin traicionar su ADN visual ni su espíritu conceptual, apostando por una historia más enfocada, con corazón y propósito.
En una era saturada de secuelas y universos reciclados, ‘Tron: Ares’ recuerda que aún se puede encontrar frescura dentro del código. Es un espectáculo visual que no solo deslumbra, sino que respira humanidad entre luces de neón y líneas de programación.
La película sigue a Eve Kim (Greta Lee), CEO de ENCOM Systems, decidida a terminar el trabajo de su difunta hermana: desarrollar un código que permita que las entidades digitales existan en el mundo real. Su meta no es el poder ni el lucro, sino usar la tecnología para el bien común y curar enfermedades, erradicar el hambre y mejorar la vida humana.
Del otro lado está Julian Dillinger (Evan Peters), nieto del villano original, que pretende aprovechar el mismo avance con fines militares. En medio de ese conflicto surge Ares (Jared Leto), un programa de inteligencia artificial creado por Dillinger para ejecutar su plan. Sin embargo, Ares empieza a desarrollar conciencia propia, mientras Athena (Jodie Turner-Smith), su aliada, enfrenta su propia lucha entre obediencia y emoción.
El guion de Jesse Wigutow mantiene la historia simple y accesible. No busca deslumbrar con tecnicismos ni filosofías complejas, sino presentar un dilema ético y emocional: ¿qué ocurre cuando la creación supera al creador?
Por su parte, el elenco cumple de manera sólida, aunque no todos brillan con la misma intensidad. Jared Leto ofrece un Ares que combina curiosidad e inocencia. No es un villano ni un héroe tradicional, sino una entidad que aprende a sentir, a cuestionarse y a observar la belleza del mundo que lo rodea. Leto, lejos de la excentricidad que a veces lo caracteriza, ofrece una actuación contenida y humana.
Greta Lee aporta humanidad y temple a Eve Kim, una líder que encarna el ideal ético de la historia sin caer en el cliché de la heroína moderna; mientras que Jodie Turner-Smith se roba varias escenas como Athena, al aportar la profundidad que el guion a veces esquiva.
Evan Peters, sin embargo, no corre con la misma suerte. Su villano resulta más funcional que memorable, lo que reduce algo del peso dramático del conflicto. Y algunos personajes secundarios (como los interpretados por Hasan Minhaj o Arturo Castro) quedan atrapados en arquetipos o en líneas expositivas sin mucho desarrollo.
Aun con esas irregularidades, ‘Tron: Ares’ logra que sus personajes no se pierdan entre los efectos visuales. Hay alma detrás de la tecnología, y eso basta para mantener el interés incluso cuando la trama se vuelve predecible.
Tras la huella imborrable de Daft Punk en ‘Tron: Legacy’, Trent Reznor y Atticus Ross (esta vez como Nine Inch Nails) asumen el desafío y entregan una banda sonora monumental, al nivel de sus trabajos en ‘The Social Network’ y ‘Challengers’.
El dúo mezcla sintetizadores, pulsos industriales y atmósferas electrónicas con audacia y coherencia. El resultado es un sonido potente y envolvente que fluye entre el mundo digital y el real con naturalidad.
La música no solo acompaña: cuenta la historia. Aporta equilibrio entre lo épico y lo íntimo, da peso emocional incluso a las escenas más simples y dota de alma a un universo construido de código. En una saga como ‘Tron’, eso es un logro enorme.
A diferencia de muchas secuelas que viven del recuerdo, ‘Tron: Ares’ usa la nostalgia con medida. Respeta la mitología original, pero no queda atrapada en ella. La cinta reconoce su pasado mientras mira hacia adelante, consciente de que su público actual habita, literalmente, dentro de las pantallas. Rønning y Wigutow optan por una historia más directa. La película se siente más enfocada y ligera, con una narrativa que apuesta por la emoción antes que por la complejidad vacía.
También hay espacio para el humor. Surgen bromas sobre el exceso de tecnopalabras, momentos curiosos que involucran a Depeche Mode y, por supuesto, guiños al universo original de ‘Tron’ como la aparición de Jeff Bridges (aka Kevin Flynn) en modo gurú que todavía dice “man”. Son detalles que conectan con los fans sin convertir la película en un museo de referencias. Gracias a eso, la cinta se siente más relajada, accesible y entretenida. No pretende reinventar el género, pero sí disfrutarlo.
‘Tron: Ares’ intenta construir su propia identidad y quiere ser más de lo que a veces consigue. Su ambición es evidente: reflexiona sobre la identidad, la ética tecnológica y la fragilidad de lo que creamos. Pero al intentar equilibrar acción y discurso, tropieza ocasionalmente con su propio peso.
Algunas transiciones se sienten forzadas, las subtramas se resuelven sin gran impacto y, por momentos, la emoción se diluye entre tanto brillo. El apartado visual, aunque imponente, llega a eclipsar la narrativa. No todos los giros emocionan como deberían, aunque el conjunto nunca deja de ser atractivo.
Aun con sus irregularidades, ‘Ares’ tiene algo valioso: no finge ser lo que no es. Abraza con honestidad su mezcla de espectáculo y reflexión, sin pretensiones. Y cuando se permite respirar, alcanza momentos de auténtica inspiración como Ares observando la lluvia por primera vez —una imagen que evoca el espíritu de ‘Blade Runner’ (1982)—. Son esos instantes los que conectan y justifican todo el viaje.
Puede que ‘Tron: Ares’ no revolucione el género ni transforme la franquicia, pero sí marca un regreso digno y necesario para una saga que siempre tuvo más ideas que reconocimiento. Es visualmente impactante, narrativamente irregular y, aun así, más humana de lo que uno esperaría de una historia hecha de algoritmos y circuitos.
La película se atreve a cuestionar ¿qué ocurre cuando lo virtual desarrolla conciencia?, ¿hasta dónde llega la responsabilidad del creador? No siempre responde, pero su ambición y sinceridad le dan alma. Esa valentía temática mantiene viva la esencia de ‘Tron’: un mundo que nunca ha tenido miedo de mirar al futuro.
Rønning entrega una película sincera, aunque algo dispersa, que combina espectáculo, emoción y un toque de melancolía contemporánea. Es una experiencia ideal para la pantalla grande, donde su música, su ritmo y su estética se disfrutan al máximo.
Al final, ‘Tron: Ares’ deja claro que este universo aún tiene energía para seguir evolucionando. Su reflexión sobre la fragilidad de lo creado, la ética de la inteligencia artificial y la búsqueda de identidad resuena con fuerza en una época donde la tecnología redefine lo que significa “ser real”. Quizás no sea una obra maestra, pero sí un recordatorio de que incluso en los sistemas más fríos puede latir algo profundamente humano.