Scott Cooper presenta un biopic íntimo y sin artificios que transforma el mito del “Boss” en el retrato de un hombre que busca reencontrarse consigo mismo.
Hay biopics musicales que siguen la fórmula del ascenso, la fama, la caída y la redención. Otras prefieren deslumbrar con estadios llenos y grandes montajes. ‘Springsteen: Deliver Me from Nowhere’, dirigida por Scott Cooper, no es una de ellas. Aquí no hay fuegos artificiales ni giras mundiales; solo silencio, vacío y una grabadora de cuatro pistas en una casa alquilada de Nueva Jersey.
Basada en el libro de Warren Zanes, la película responde al biopic musical tradicional con una propuesta más sobria y concentrada. En lugar de recorrer toda la carrera de Bruce Springsteen, Cooper se enfoca en un momento específico: la creación de ‘Nebraska’ (1982), uno de los discos más sombríos y personales del “Boss”.
Ese enfoque íntimo es su mayor fortaleza. ‘Deliver Me from Nowhere’ evita la mitología del rock y se adentra en la soledad, la depresión y la búsqueda creativa. Cooper observa a un artista en crisis que, en pleno éxito, intenta reconectar con su voz interior; y propone una mirada cercana y honesta al proceso creativo de un músico que, en pleno éxito, empieza a perderse dentro de sí mismo.
Scott Cooper demuestra nuevamente su habilidad para explorar personajes heridos, como ya hizo en ‘Crazy Heart’ (2009) y ‘Out of the Furnace’ (2013). Aquí se aproxima al universo emocional de Springsteen con sensibilidad y paciencia. La película alterna los días del músico grabando en soledad con flashbacks en blanco y negro que evocan su infancia y la compleja relación con su padre (un gran Stephen Graham). Aunque son escenas conocidas dentro del género, funcionan porque explican el origen del dolor que recorre la historia: Bruce no mira atrás con rencor, sino con el deseo de comprender su tristeza.
Lejos de los clichés visuales, Cooper se enfoca en los detalles: la TEAC de cuatro pistas, los cuadernos espiralados, la habitación desordenada. Más que elementos de época, son parte del proceso creativo y dan textura a la historia. La película se siente, así, como una carta de amor a lo analógico y a lo imperfecto.
La estructura, que combina presente, recuerdos y fragmentos de musicales, puede parecer algo dispersa, pero la narración mantiene su claridad. El ritmo es pausado, deliberado, y para algunos podrá resultar lento, sobre todo si no están familiarizados con Springsteen. Pero esa calma es parte esencial de su propuesta: ‘Deliver Me from Nowhere’ quiere que escuchemos el silencio cuando la música se detiene.
Jeremy Allen White enfrenta el reto de encarnar a una figura tan icónica del Heartland Rock y de la cultura estadounidense sin caer en la imitación. No se parece demasiado a Springsteen ni intenta replicar su voz o gestos, y esa distancia juega a su favor. En lugar de copiar, interpreta. Su Bruce es un hombre cansado, frustrado y vulnerable, atrapado entre la fama y la necesidad de desconectarse del mundo.
El trabajo físico y musical del actor —cantar, tocar la guitarra y la armónica— se siente genuino. White pasó seis meses entrenando con Eric Vetro, el coach vocal que ayudó a Timothée Chalamet y Austin Butler a encontrar las voces de Bob Dylan y Elvis en sus respectivas biopics, y el resultado es creíble. Algunas canciones se grabaron previamente, otras en directo: su ‘Born to Run’ combina catarsis y agotamiento, mientras su ‘Born in the U.S.A.’ es pura electricidad y pone la piel de gallina o cuando, frente a la grabadora, registra la primera canción de ‘Nebraska’. Son momentos que respiran autenticidad y vulnerabilidad.
A pesar de su compromiso, White no escapa del todo a su “zona de confort”: el personaje atormentado, contenido, de mirada melancólica, muy en la línea de ‘The Bear’. Su interpretación carece de amplitud emocional, pero logra transmitir algo esencial: el peso de la duda en medio del éxito, cuando todos lo consideran un genio, y la fragilidad de un hombre mientras busca reencontrarse con su voz interior.

Aunque la película gira en torno a Bruce, el reparto secundario aporta densidad y humanidad. Jeremy Strong, como Jon Landau —mánager y productor de Springsteen—, ofrece una actuación conmovedora. Su mezcla de cariño, frustración y lealtad da equilibrio emocional a la historia. La relación entre ambos revela confianza, afecto y desgaste entre el artista que se encierra y el amigo que intenta mantenerlo a flote, un vínculo que sostiene el corazón de la película.
En torno a ellos, Paul Walter Hauser y Marc Maron como Mike Batlan y Chuck Plotkin, respectivamente, aportan momentos de humanidad y humor seco. Son presencias pequeñas pero fundamentales para dar ese aire artesanal y casi casero, al proceso de creación de ‘Nebraska’. Sus interacciones transmiten camaradería y realismo, recordándonos que la música de Springsteen, incluso en sus momentos más oscuros, siempre se construyó en comunidad.
Donde la película pierde fuerza es en lo sentimental. Odessa Young, como Faye —una novia ficticia inspirada en varias relaciones reales—, está bien, pero su personaje parece añadido para cumplir una función narrativa. Su conexión con Bruce no fluye de manera natural. Algo similar ocurre con Barbara (Grace Gummer), esposa de Landau, apenas está esbozada. Esta limitación refuerza la sensación de aislamiento, quizá intencional, pero también empobrece la dimensión emocional del relato.

Uno de los grandes aciertos de ‘Deliver Me from Nowhere’ es transformar lo técnico en emoción. La fotografía, con tonos cálidos y melancólicos, captura el espíritu de ‘Nebraska’. La edición es clara y precisa, y el diseño sonoro —lleno de silencios significativos— ayuda a construir una atmósfera introspectiva. El silencio no es un capricho estético, sino una herramienta narrativa: cada pausa refleja el peso de la soledad del protagonista.
El score de Jeremiah Fraites (de The Lumineers) acompaña con sutileza, aunque sin alcanzar el magnetismo de la propia música de Springsteen. Y ahí aparece uno de los dilemas más interesantes de la cinta: cuando la historia parece pedir la fuerza del rock, Cooper elige seguir en tono bajo. Esa coherencia forma parte de su encanto, aunque puede resultar densa para quienes busquen un relato más explosivo. No hay grandes giros ni clímax espectaculares; ‘Deliver Me from Nowhere’ es una experiencia más cercana al alma que al show. Y precisamente ahí radica su poder: es una película que confía en la inteligencia del espectador y prefiere sugerir antes que subrayar.
Por su parte, los fans del “Boss” disfrutarán de múltiples guiños, mientras Cooper dedica tiempo a mostrar con precisión el proceso de creación del álbum: la grabadora TEAC, la guitarra Gibson J-200, la decisión de cambiar las letras de tercera a primera persona, la visita a la casa que inspiró ‘Mansion on a Hill’, las investigaciones sobre el asesino Charles Starkweather que dieron origen a la canción ‘Nebraska’, o las referencias a las influencias que marcaron el álbum: los cuentos de Flannery O’Connor, el folk de Woody Guthrie, el sonido experimental de Suicide y la película ‘Badlands’ de Terrence Malick. Todo está integrado con naturalidad en el relato, sin que nunca parezca una simple lista de referencias, sino parte viva del universo creativo del músico.
Al final, ‘Springsteen: Deliver Me from Nowhere’ no busca abarcarlo todo, ni lo intenta. Scott Cooper construye un biopic sin grandilocuencia, una historia sincera sobre un artista en un momento de crisis y búsqueda de sentido.
Es cierto que su ritmo pausado puede sentirse pesado para algunos, que varios personajes secundarios se quedan cortos y que el tono general, tan respetuoso, roza por momentos lo inofensivo. Sin embargo, su autenticidad y su mirada íntima la colocan por encima de muchos biopics musicales.
Aun con sus imperfecciones, el resultado es satisfactorio. Como el propio ‘Nebraska’, esta es una obra pequeña, imperfecta y profundamente sincera. No pretende ser la biografía definitiva de Bruce Springsteen, pero sí captura su espíritu: el de un hombre que se enfrenta a su propio vacío para encontrar, en medio del ruido y la fama, un poco de verdad.