‘Avatar: Fire and Ash’: Pandora vuelve a deslumbrar, pero empieza a repetirse

Un espectáculo visual imponente que apuesta por la emoción, pero se queda corto en lo narrativo.

Regresar a Pandora siempre tiene algo de ritual. Apagar el celular, desconectarse del mundo por unas cuantas horas y ponerse los lentes 3D para sumergirse en un universo que James Cameron ha convertido en sinónimo de espectáculo cinematográfico. ‘Avatar: Fire and Ash’ cumple con esa promesa desde el primer minuto: es grande, es ruidosa, es visualmente impresionante. Pero también es ahí donde empiezan sus mayores contradicciones, porque esta vez el viaje se siente demasiado familiar.

Como las entregas anteriores de la saga, ‘Fire and Ash’ apuesta más por la experiencia sensorial que por una historia realmente nueva. El gran atractivo no es descubrir hacia dónde va la trama, sino volver a sentir que estamos dentro de este mundo exuberante y bioluminiscente, lleno de montañas flotantes, océanos vibrantes y vida exótica. En ese terreno, Cameron sigue siendo imbatible. El uso del 3D está plenamente integrado al lenguaje visual, y los efectos siguen siendo deslumbrantes. Hay planos que quitan el aliento y secuencias que solo funcionan en una pantalla gigante. Es cine pensado para verse en salas, sin atajos ni guiños al consumo rápido.

Sin embargo, si algo deja claro esta tercera entrega es que Cameron no busca reinventar el medio. Y eso, tratándose de él, se siente extraño. El director que redefinió el blockbuster con ‘Terminator: Judgment Day’, ‘Titanic’ y la primera ‘Avatar’ ofrece aquí una película sólida y poderosa en lo técnico, pero muy apegada a las fórmulas que él mismo estableció. Por primera vez, una obra suya se siente demasiado cómoda dentro de su propio terreno.

Un inicio marcado por el dolor

La película arranca justo después de los eventos de ‘The Way of Water’. No hay saltos ni momentos de alivio. Desde la primera escena, la familia Sully está marcada por el duelo tras la muerte de Neteyam, y ese dolor define el tono general de la historia. Esta es, sin duda, la película más oscura de James Cameron hasta la fecha.

El dolor no se transforma rápidamente en aventura; se queda y condiciona cada decisión. Jake Sully (Sam Worthington) reprime su pena y se prepara para una guerra inevitable contra los humanos, mientras Neytiri (Zoe Saldaña) se radicaliza emocionalmente, con una ira que por momentos roza lo destructivo y que se manifiesta con especial fuerza en su rechazo hacia los humanos… y hacia Spider (Jack Champion). Los hijos también cargan con conflictos internos: Lo’ak (Britain Dalton) vive con la culpa de haber provocado indirectamente la muerte de su hermano, mientras Kiri (Sigourney Weaver) comienza a sentirse desconectada de Eywa.

Este enfoque en el trauma es un acierto de la película, pero no siempre se desarrolla con la profundidad que promete. El dolor está presente todo el tiempo y atraviesa la dinámica familiar y da peso a las decisiones, pero muchas tensiones se repiten sin avanzar realmente. Cameron no evita los sentimientos incómodos ni las reacciones más oscuras de sus personajes, lo que aporta un tono más crudo, aunque esa intensidad no siempre se traduce en un desarrollo narrativo sólido.

Un cambio de mirada… con resultados irregulares

A diferencia de las dos primeras películas, la nueva entrega está narrada principalmente desde la mirada de Lo’ak, el segundo hijo de Jake y Neytiri. La decisión busca refrescar la saga, pero en la práctica no siempre funciona. Aunque su conflicto interno está bien planteado, el desarrollo se queda corto y no alcanza la profundidad que sugiere el tiempo que la película le dedica.

Spider también gana peso dentro del relato y se convierte en una pieza clave del conflicto, quizá en exceso. Su rol se siente más funcional que emocional: más que un personaje plenamente desarrollado, termina siendo un recurso para mover la historia hacia donde el guion lo necesita. Su presencia es importante, pero su arco queda corto.

Zoe Saldaña, en cambio, sostiene gran parte del peso emocional de la película. Su Neytiri está atravesada por una ira comprensible y peligrosa, y cada escena transmite una intensidad genuina. Sam Worthington también cumple como Jake, consolidándolo como un líder cansado, protector y lleno de dudas. El drama familiar funciona, pero no siempre recibe el espacio narrativo necesario para crecer con claridad.

El gran problema: caminar sobre terreno conocido

Con una duración de 3 horas y 17 minutos, ‘Avatar: Fire and Ash’ se siente menos como una película y más como una temporada completa de una serie. Hay muchas líneas narrativas, escenas largas y una expansión constante del mundo de Pandora. En algunos momentos, esta densidad resulta envolvente; en otros, termina siendo agotadora.

Neytiri (Zoe Saldaña) y Jake Sully (Sam Worthington) // Foto: Cortesía 20th Century Studios

El problema no es solo el tiempo, sino cómo se utiliza. La película no logra desarrollar arcos realmente nuevos para sus personajes principales, dejando en evidencia su punto más débil: la repetición narrativa. Muchas situaciones, escenas de acción y resoluciones recuerdan demasiado a ‘The Way of Water’. Hay enfrentamientos y rescates que siguen estructuras muy similares, generando una sensación constante de déjà vu.

Esto se nota especialmente en el clímax, donde los conflictos se resuelven sin verdadero riesgo ni sorpresa. No hay una sensación clara de avance, sino de repetir fórmulas conocidas. Para una saga que nació prometiendo expansión y cambio, este estancamiento empieza a notarse.

Fuego nuevo para un mundo que se repite

Dentro de esta sensación de repetición, el elemento que más energía fresca aporta es la introducción de los Ash People (o Mangkwan). Este nuevo clan Na’vi, vinculado al fuego y a la lava, ofrece una identidad visual distinta y una amenaza más directa y agresiva.

Al frente está Varang, interpretada por Oona Chaplin, uno de los personajes más interesantes de toda la película. No es una villana convencional: su violencia nace de la pérdida y la destrucción, y su relación con el fuego funciona como una metáfora del dolor convertido en rabia. Chaplin aporta una presencia magnética y un antagonismo diferente, menos ligado a la amenaza humana y más conectado con las fracturas internas de Pandora.

Sin embargo, una vez planteado este nuevo conflicto, la película no termina de aprovecharlo. Varang y los Ash People van perdiendo peso conforme avanza la historia, desplazados por elementos más familiares. Lo que podría haber sido el verdadero motor de renovación queda como una oportunidad a medias. Algo similar ocurre con Quaritch (Stephen Lang), cuya presencia sigue siendo dominante, pero cada vez aporta menos novedad.

Espectáculo que sigue funcionando

Donde ‘Avatar: Fire and Ash’ no falla es en el terreno técnico. Los efectos visuales siguen siendo impresionantes, el diseño sonoro es envolvente y el uso del 3D vuelve a sentirse justificado. James Cameron demuestra, una vez más, que entiende el formato como pocos: la escala de los escenarios y la forma en que el sonido se percibe convierten cada gran secuencia en una experiencia inmersiva que solo puede vivirse en una sala de cine.

Las escenas de acción están cuidadosamente coreografiadas y mantienen un nivel técnico altísimo. Combates, persecuciones y enfrentamientos se integran de forma orgánica al relato, aunque varios recuerdan a momentos ya vistos en la franquicia. Aun así, siguen siendo emocionantes, sostienen el interés incluso cuando la historia empieza a repetirse y logran mantener al espectador dentro de Pandora.

Oona Chaplin como Varang, líder de los Ash People // Foto: Cortesía 20th Century Studios

Entre el asombro y el desgaste

‘Avatar: Fire and Ash’ deja una sensación curiosa al terminar. Por un lado, es imposible negar el impacto de lo que vemos en pantalla: hay imágenes que se quedan grabadas, secuencias que abruman por su escala y momentos que confirman que Cameron sigue siendo un maestro a la hora de hacer cine pensado para la sala.

Pero al mismo tiempo, la película empieza a mostrar el desgaste de su propia fórmula. Aunque el tono es más oscuro y la carga emocional más intensa, la historia avanza repitiendo esquemas, conflictos y resoluciones que ya conocemos, con un ritmo irregular y personajes que no siempre reciben el desarrollo que prometen.

El resultado es una historia que se disfruta en el momento, pero que cuesta sentir como un paso decisivo dentro de la saga. En ese sentido, la gran pregunta que queda en el aire es: ¿podrá ‘Avatar’ reinventarse de nuevo o seguirá girando sobre sus propias huellas?

Calificación: 6.5

Ángela

Ángela "Tata" Rodríguez — Directora / Editora

Comunicadora Social y Periodista. Movie & TV junkie. Fan del mundo de los Superhéroes, la Animación, la Ciencia Ficción y la Fantasía. Team Marvel. El Rock ha sido gran parte de la banda sonora de su vida. Stan Lee, Freddie Mercury, Indiana Jones, Carrie Fisher y Buffy Summers son algunos de sus héroes. Llora con facilidad en las salas de cine. Si su vida fuera una película la dirigiría Edgar Wright.