La nueva entrega de ‘Kimetsu no Yaiba’ llega a salas con un espectáculo visual y emocional deslumbrante que confirma por qué la saga es hoy un fenómeno mundial.
Siempre he creído que hay películas que no se limitan a contarte una historia: te sumergen, te envuelven, te hacen sentir que viajas junto a sus personajes. ‘Demon Slayer: Castillo Infinito’ hace precisamente eso. Siendo alguien que empezó a ver la saga hace apenas unos meses (gracias a la insistencia de muchos amigos) y maratoneó para llegar preparada al estreno, puedo decir que esta tercera vez que veo anime en el cine ha sido la mejor experiencia de todas. Una inmersión total: visual, sonora y emocional.
Bajo la dirección de Haruo Sotozaki, ‘Demon Slayer: Castillo Infinito’ retoma la historia justo donde terminó la cuarta temporada del anime. Tanjiro y los cazadores de demonios son arrastrados a una fortaleza que parece no tener fin, donde los pasillos cambian como trampas vivientes. Allí los espera Muzan Kibutsuji, debilitado pero aún letal, y para alcanzarlo deberán enfrentarse a las temibles Lunas Crecientes, demonios de alto rango con un poder devastador. Es el inicio de la trilogía final, y todo se siente como la entrada a un clímax que no da tregua.
Si algo deja claro esta primera entrega de tres es que Ufotable sigue subiendo la vara. Una vez más, el estudio demuestra que está en otra liga: la precisión en los detalles, la forma en que las texturas parecen palpables, la fluidez de cada combate. Hay escenas que parecen auténticas pinturas en movimiento, con contrastes de luces y colores que no solo iluminan la acción, sino que transmiten emociones. Cada detalle se siente trabajado al milímetro. En pantalla grande, esa apuesta visual se multiplica y se vuelve casi abrumadora: es imposible no dejarse arrastrar por lo que ocurre. No es exagerado decir que estamos ante un nuevo estándar visual dentro del anime en cine.
Las escenas de acción son otro de los grandes atractivos. La coreografía es poderosa y fluida, tanto en los combates individuales como en los de grupo. Hay momentos en los que resulta imposible apartar la mirada, no solo por la espectacularidad técnica, sino porque la puesta en escena logra transmitir el peso emocional de cada enfrentamiento.
Esos detalles se amplifican hasta lo extraordinario gracias al sonido, que no solo acompaña, sino que potencia cada momento. Cada choque de katanas, cada respiración, cada explosión, se expanden por toda la sala y te hacen sentir dentro de la batalla. A esto se suma una banda sonora —compuesta por Yuki Kajiura y Go Shiina— que combina guitarras poderosas, bajos intensos y arreglos vibrantes que convierten cada enfrentamiento en un espectáculo sonoro. Es una mezcla que no solo deslumbra los sentidos, sino que prepara el terreno para la intensidad emocional de lo que está por venir.
Aunque la acción brilla con fuerza, la película no se queda solo en lo visual. La carga emocional de ‘Demon Slayer: Castillo Infinito’ es enorme. Tanjiro sigue siendo el corazón de la historia: un personaje que no solo lucha con su katana, sino también con la fuerza de su espíritu y de los lazos que lo sostienen. Su capacidad de sentir y cargar con todo lo que lo rodea da un peso especial a cada escena en la que aparece.
Zenitsu, por su parte, ofrece uno de los cambios más emocionantes de la película. Su torpeza y nerviosismo habituales encuentran aquí un punto de quiebre definitivo, que lo lleva a protagonizar una de las secuencias más impactantes al enfrentarse a Kaigaku. Es un momento que combina tensión y emoción de forma magistral, y que confirma su crecimiento como personaje. Verlo superar sus miedos y alcanzar un nuevo nivel es, sin duda, una de las mayores recompensas para los seguidores de la saga (además, es mi favorito).
Shinobu y Giyu también suman instantes memorables. La primera destaca por su inteligencia estratégica y determinación, que la conducen a momentos decisivos que dejan huella al enfrentarse contra Doma. El segundo se mantiene como figura serena y confiable, aportando equilibrio en medio del caos. Juntos muestran que lo que define a los Hashira no es solo el filo de sus katanas, sino la convicción con la que enfrentan cada batalla.
Pero quien que realmente se adueña del costado emocional de la historia es Akaza. Su papel trasciende el de un antagonista imponente, porque la película explora su trasfondo con una sensibilidad que sorprende. Al mostrar sus motivaciones y las heridas que lo marcan, se convierte en el personaje más complejo de esta entrega, capaz de generar empatía incluso en medio del conflicto. Su arco concentra una carga emocional que no solo equilibra la acción, sino que la eleva, convirtiéndolo en la presencia más poderosa y conmovedora de ‘Castillo Infinito’.
Donde la película genera más debate es en su estructura narrativa. ‘Castillo Infinito’ no sigue un esquema convencional: combina momentos de acción desenfrenada con pausas introspectivas y numerosos flashbacks.
Es cierto que los recuerdos interrumpen el flujo en varios puntos, haciendo que la duración —más de dos horas y media— se sienta pesada en algunos tramos. Sin embargo, muchos de esos flashbacks son necesarios. No están allí como relleno, sino como piezas que dan contexto y emoción, que nos ayudan a entender a los personajes, sus motivaciones y sus heridas. Lejos de restar, aportan capas a la historia.
El resultado es un ritmo desigual: a ratos trepidante, a ratos pausado. Además, hubiera sido ideal que todos los personajes tuvieran un poco más de pantalla; algunos arcos se desarrollan con mucha profundidad, mientras que otros quedan apenas esbozados. Para los fans de la saga, esto puede ser un detalle menor, pues se aprecia el cuidado con el que se construye la narrativa. Para alguien nuevo en ‘Demon Slayer’, sin embargo, puede ser un reto: la falta de explicaciones y las referencias internas dificultan el acceso a quienes no han seguido la historia desde antes.
Aun así, como arranque de trilogía, cumple con creces: abre un camino ambicioso que promete llevar la franquicia a otro nivel. Esto puede frustrar a quienes esperen un final contundente, pero a mí me parece una decisión acertada: la cinta funciona como prólogo extendido, como preparación épica que eleva las expectativas para la segunda parte.
‘Demon Slayer: Castillo Infinito’ no es solo la primera parte de una trilogía ambiciosa: es una declaración de intenciones. Es cierto que exige conocimiento previo, arrastra problemas de ritmo y, en ocasiones, puede sentirse pesada; pero a cambio ofrece una experiencia monumental, capaz de alternar la brutalidad de la acción con la vulnerabilidad de sus personajes y la emoción que define a la saga. Es un recordatorio de que el anime, cuando se atreve a soñar en grande, puede alcanzar una escala épica que pocas formas de cine logran.
Ahora tendremos que esperar bastante tiempo para la siguiente entrega… pero al salir del cine me quedó la certeza de haber presenciado algo que marca un antes y un después en la forma de llevar el anime a la gran pantalla. Y esa sensación, más allá de cualquier crítica, es inolvidable.